Luego de juntar todos sus ahorros, un operador de autotransporte pudo comprar un camión. No era nuevo, pero lo traía al cien y tenía suficiente trabajo para imaginar un crecimiento importante en el mediano plazo, pero la inseguridad en las carreteras le cortó el sueño.

Fue en la caseta de La Esperanza, sobre la autopista Puebla-Orizaba, donde dos camionetas le dieron alcance y le señalaron que se detuviera. Él ya sabía que se trataba de un asalto, pero acaso el miedo, la rabia o la impotencia de perder su patrimonio, fueron las razones por las que no soltó el volante y siguió acelerando.

Al percibir la negativa del conductor, uno de los tripulantes sacó su arma y disparó al menos cinco veces. Eso bastó para que este operador perdiera la vida. Y no sólo eso, sino que además fue un homicidio impune, ya que los delincuentes siguieron su camino.

Esta historia es contada por Leonel Padilla, amigo de la víctima. Narra también que como éste sabe de más casos con finales trágicos. Él también es operador y lleva más de 20 años recorriendo los caminos de todo el país. Sabe que con el tiempo, el crimen organizado ha sembrado el miedo y la maldad prácticamente en todo el territorio nacional.

Su padre tenía una empresa de transporte, pero desde siempre se negó a enseñarle a manejar, de tal manera que tuvo que salir de su natal Aculco, en el Estado de México, en busca de nuevos horizontes, hasta que llegó a Irapuato, donde le dieron la oportunidad y desde los 16 años se enseñó a maniobrar en los patios de una empresa local.

Tiempo después su padre se enteró de que ya había conseguido trabajo como operador y le ofreció ayuda para comprar su propio camión. Leonel aceptó y consiguieron un torton con un vecino en Aculco.

Su facilidad para el trato, sus ganas de trabajar y su hambre de crecer al volante le permitieron conseguir muchos fletes, siempre siguiendo los pasos de su papá, quien le había dicho que a donde fuera, siempre podía conseguir carga de regreso.

Así fue como crecieron juntos en la empresa familiar, pero apenas unos cuantos años después, la informalidad les habría de cobrar la factura. El padre de Leonel siempre pensó el autotransporte como una actividad local, con operaciones que él podría controlar, pues también le sabía a la mecánica y los cálculos de cada flete siempre le dejaron buena ganancia.

Sin embargo, considerando que había gastos “innecesarios” en la operación, nunca aseguró su flota vehicular, que para ese entonces casi llegaba a 10 unidades. Resultó una mañana en que a uno de sus operadores se le estampó un vehículo por detrás, cerca de la caseta de Palmillas.

Al no tener seguro, el asunto terminó en un juicio que duró casi dos años. Al final, perdieron y debieron pagarle al conductor de aquel vehículo. Fue un duro golpe a las finanzas de la empresa y el inicio del declive.

Después vino un accidente del padre de Leonel y luego uno más en el que casi pierde la mano. Su camión se incendió y resultó en pérdida total. De pronto los activos se fueron perdieron para solventar los gastos médicos. Hasta que también la madre de Leonel cayó enferma y prácticamente ahí fue cuando perdieron todo.

Vendieron hasta el último camión y mejor Leonel decidió enrolarse como empleado de alguna empresa que buscara operadores. Trabajo no le ha faltado y siempre ha sabido encontrar la forma de ganarse unos pesos extra, ya nunca falta quien ocupe una maniobra y hasta ayuda a algunos colegas a conseguir fletes.

Pero ya no le entusiasma ni le interesa comprarse un camión. Justo cuando pasó la primera historia narrada en este texto tomó la firme decisión de seguir mejor como empleado, ya que entre la inseguridad de las carreteras y la informalidad con la que había operado años antes, el riesgo es demasiado alto.

Aunque todavía no cumple los 40, él se considera de la vieja escuela. Conoce las máquinas de antes y aunque ha conducido también vehículos de nueva tecnología, para él este oficio sigue siendo un asunto de pasión, de moverle a la palanca, de meterle mano a los motores y siempre traer su camión bien limpio.

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Desde su experiencia, considera que es igual de rentable ser empleado de una empresa que tener un camión, pero sin los riesgos e implicaciones de ser dueño. Más bien para él, ahora la vida se trata de tener un empleo que le permita ver crecer a sus tres hijos.

Está agradecido porque el transporte ha sido generoso con él. Le ha permitido conocer el país, ver escenarios y paisajes de película y siempre poder volver a casa para estar con los suyos.

Y aunque también está consciente de que la profesionalización, la capacitación y las buenas prácticas son posibles, él decidió mejor hacerlo desde el volante, de tal manera que él, al igual que nosotros, seguirá Al Lado del Camino.

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