La paralización de las cadenas de producción de los fabricantes de microprocesadores (chips) en todo el mundo durante 2020 y 2021, a consecuencia de la pandemia de COVID-19, ha ocasionado una escasez sin precedentes en muchas industrias, incrementando el valor de estos dispositivos electrónicos y, al mismo tiempo, el interés del hampa por hacerse de ciertos cargamentos sumamente costosos. 

La falta de semiconductores está provocando una gran ola de robos en todo el planeta. La crisis ha llegado a tal punto que hemos sabido de algunos casos insólitos, como el de un hombre en Hong Kong que fue detenido recientemente por el servicio de aduanas por ocultar en su ropa más de 2,000 unidades centrales de procesamiento (CPUs), más de 1,000 memorias RAM, 630 móviles y 70 dispositivos electrónicos adicionales con valor, en conjunto, de más de cuatro millones de dólares.

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Recordemos que los chips son el cerebro de computadoras, televisores, teléfonos inteligentes, automóviles y casi cualquier otro artículo electrónico; por lo que estamos ante una nueva amenaza de seguridad que se cierne sobre los transportistas, especialmente en México, dadas las condiciones inseguras de nuestras autopistas que todos ya conocemos y de las que hemos hablado tanto en artículos anteriores.

Todo esto se suma a la falta de prevención de algunos empresarios para reforzar o actualizar sus sistemas y servicios de seguridad, generando así la oportunidad perfecta para que muchos delincuentes estén aprovechando para “hacer su agosto”.

Ante estas nuevas circunstancias, no es de extrañar que en México se haya incrementado el embate de robos de microprocesadores y de dispositivos de consumo ya manufacturados que los tienen integrados como: calculadoras de escritorio, relojes inteligentes de pulsera, teléfonos celulares, bocinas portátiles, laptops, por mencionar algunos; tanto en los Cedis como durante los trayectos de distribución habituales de las autopistas que conectan principalmente con los puertos más importantes del país y las rutas que unen al centro de México con Estados Unidos.

Una vez que los delincuentes interceptan los vehículos seleccionados para saquear su valiosa carga, comercializan los dispositivos en el mercado negro, ya sea para integrar los chips en otros dispositivos de mayor demanda o para vender los artículos a un sobreprecio, como es el caso de algunas tarjetas gráficas para computadoras y celulares.

Sabemos que desde los puertos, y en algunas estaciones de descanso en las autopistas, los contenedores y las cajas con las mercancías más valiosas van marcados y que, posteriormente, el robo se comete con lujo de violencia en puntos críticos de las rutas por parte de redes criminales especializadas. Esta situación es más recurrente sobre todo cuando los transportistas carecen del respaldo tecnológico y logístico de una empresa de seguridad privada experimentada que puede identificar dichas marcas y eliminarlas antes de iniciar el recorrido y anticiparse a posibles intentos de robo.

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El momento más crítico es cuando estos chips llegan a los Cedis. Las empresas de seguridad empiezan haciendo pruebas de selección y confianza al personal, porque justamente ellos conocen el valor real del contenedor y los datos que se manejan. La delincuencia organizada no ataca al azar, por eso busca esos contactos de los colaboradores del centro de distribución.

Al ladrón incluso le llega información sobre el color del contenedor, las placas del vehículo, la ruta del traslado y, de este modo, puede planear cómo y cuándo atacar. Utiliza jammers para cortar la señal del GPS y va preparado. Por eso lo primero a revisar, independientemente de todos los procesos electrónicos y protocolos de seguridad, es la prueba de confianza del personal que interviene en toda la cadena de suministro. Lo crucial es el manejo de la información para realizar una investigación socioeconómica, exámenes con polígrafos, psicométricos y de personalidad a toda la plantilla laboral, al menos cada dos años.

El robo de chips no solo representa pérdidas millonarias para los fabricantes y los transportistas, también pone en riesgo la continuidad y las operaciones de muchas industrias como la automotriz, que ha tenido que detener temporalmente su producción.

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Por estos motivos, los transportistas que prestan servicio a los fabricantes y distribuidores de microprocesadores, deben trabajar con sus socios de seguridad para robustecer sus protocolos, a fin de evitar ser víctimas de la delincuencia organizada y proteger no solo sus inversiones, su personal y sus activos, sino la continuidad de la economía del país.

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