Paco maneja su propio tractocamion entre el Bajío y Nuevo Laredo. En esta ocasión lleva insumos para la industria automotriz y lleva buen tiempo. Se detiene en un parador de esos que llaman cachimbas para comer algo. Y justo ahí es donde observa este fenómeno al que tuvo a bien denominar “loco por el foco”. 

A la distancia, un colega le hace al otro la señal de cambiar un foco. Apunta los dedos de la mano hacia arriba, levanta la mano y gira la muñeca de ida y vuelta; el otro afirma con la cabeza le indica que lo alcanza en lo que podrían ser los baños o un cuartito o acaso una pequeña bodega. 

Una cortina roída que hace las veces de puerta sólo permite ver un pedazo de sombra que se agacha y que se hace más densa cuando el encendedor alumbra esta fotografía que se revela y se repite aquí mismo más tarde y en otras paradores, en algún camión o, por supuesto, en las calles de este país. 

Paco chopea una concha en su café con leche y voltea para otro lado. De hecho este vistazo fue el que le permitió elucubrar la frase que le da nombre a este texto. En el lugar debe haber al menos 30 personas y la mayoría maneja un camión y ninguno supera los 40 años, al menos con la primera impresión. 

Con el tiempo ha sabido identificar las señales de quienes consumen este tipo de estupefacientes, también conocidos como “foco”. Son demasiado delgados, pero no delgados del cuerpo o la piel o los huesos, es más bien de la cara y hasta del “alma”. 

A decir del conductor que cuenta este relato, estos jóvenes tienen la mirada casi sin vida, como si no pudieran elegir lo que ven y sus ojos se quedaron clavados en un punto. Además de que no hay una relación entre sus palabras y gesticulaciones. No sonríen, respiran despacito. 

Y, claro, más allá de juzgar los hábitos de cada persona, para este conductor lo preocupante es que son algunos colegas que manejan un camión que carga entre 20 y 70 toneladas por sobre las carreteras del país.

Es por eso que les dice “locos por el foco” porque su ansiedad y deseo crecen con el tiempo y esto aumenta el riesgo en las carreteras. Los accidentes están a la vuelta de la esquina mientras las autoridades hacen poco o nada respecto a este tema. 

“Sin tache y sin tacha”

A sus 44 años de edad, Paco lleva casi 25 en el volante, de tal manera que se puede considerar de la vieja escuela y no sólo eso, también le ha tocado ver cómo ha cambiado el autotransporte además de la imagen que hoy se tiene de los conductores, de tal manera que, como se dice en la cultura popular: por unos pagan todos. 

En este punto, y por eso a este operador le preocupa la situación, la ecuación tiene distintos factores. Por un lado, algunas empresas que exigen tiempos y trayectos imposibles, por otro, clientes que sobrecargan las unidades y también multan indiscriminadamente, y por último, algunos conductores que al final son los que deciden hacerlo y también en qué condiciones. 

Y, al menos por su experiencia, Paco sabe que esta corresponsabilidad también podría ser para bien. Antes de independizarse y tener su propia empresa de transporte, trabajó para una de las empresas más emblemáticas de Nuevo Laredo. 

Ahí había una sinergia positiva, ya que la empresa se preocupa por sus operadores, tanto a nivel preventivo como de atención, de tal manera que no sea posible conducir bajo los efectos de algún estupefaciente, cansado o con otro factor de riesgo considerado mayor.

“Para mí ha sido sin tache y sin tacha, es decir, siempre cumpliendo al cien con mi trabajo y nunca usando drogas. Incluso no fumo y no tomo, me gusta el gimnasio y el ejercicio, pues al estar tanto tiempo en el camión, lo que tu cuerpo necesita es retirarse y fortalecerse”, afirma. 

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Pero sin duda, lo que este operador reporta y consigna es la preocupación de que el denominado déficit de operadores también atraviesa porque algunos de ellos utilizan drogas y por la poca o nula acción de algunos de los principales afectados. Mientras, él, al igual que nosotros, seguirá Al Lado del Camino.