La mañana despertó gris, como suele pasar por estas épocas en las Cumbres de Maltrata. Saliendo de Córdoba, hacia arriba, esta camioneta estaquitas agarró camino como todos los martes. Una parada al llegar a Puebla, la comida en el mismo sitio de tantos años, y un tramo más hasta la entrada de la capital del país. El mismo viaje repetido.

Juan Alfonso, bautizado en la carretera como “El Chino”, trabaja para una empresa veracruzana que mueve mercancías del puerto hacia el centro y Bajío del país. Aunque le gusta subirse al tracto, lo suyo lo suyo, dice, es la estaquitas. Hasta le puso su 10-28 en el parabrisas, pero con las lluvias y los años se le fue borrando la “o” y ahora era mejor conocido como “El Chin”.

Aunque la estaquitas no era nueva, “El Chin” la traía bien cuidada. Le polarizó los vidrios y siempre lucía impecable. Siempre le gustó sentirse a gusto haciendo lo que más disfrutaba: manejar en carretera.

Seguido lo paraban por el polarizado, pero él sabía que cumplía con la reglamentación. Y ésta no fue la excepción. Apenas pasaban las 10 de la mañana cuando un retén improvisado de la Policía Federal, ahora Guardia Nacional, lo detuvo para una “inspección de rutina”.

Lo primero que argumentaron los uniformados fue el polarizado, pero “El Chin” sabía que por ese lado no habría problema: hasta se había aprendido el artículo que establece los niveles permitidos. Luego le dijeron que no podía circular con el parabrisas estrellado.

“La mera verdad no estaba estrellado. Tenía una pequeña grieta en una esquina, una rayita ni de cinco centímetros, pero de ahí no los saqué”, recuerda el operador.

—¿Y por qué no le dice a su seguro que le cambie el parabrisas? Así no se puede circular.

—No, si no es por eso, sino que en la aseguradora te lo quitan como cinco días. Y no es para tanto. Ya también investigué y pues no está estrellado, como usted dice. Mire.

—A ver, enséñeme su póliza de seguro.

—No, pues esa se la enseño en el teléfono, pues desde la pandemia nos indicaron traer la menor cantidad posible de papeles. Péreme, deje se la busco.

Ya le habían dicho en la empresa que la póliza la tendrían en su correo electrónico, para cualquier cosa que requirieran. Ahí venían los teléfonos y las coberturas. No había pierde.

Estaba buscando en su teléfono el correo de la flota cuando uno de los policías le dijo que si no la presentaba en papel, no podrían ayudarle. “Ayudarme en qué”, pensó. Y ahora sí, de ahí no se movieron los uniformados.

—Pues ya, mi amigo. Si no la traes en papel es como si no la tuvieras. Y eso sí es una falta grave. Las multas están carísimas.

—Pues a mí me dijeron en la empresa que con esto bastaba. Mire, aquí están todos los detalles.

—No, mi amigo, pues usted dice. ¿Quiere que le ayudemos o no?

—Pues no en realidad, muchas gracias. Yo solo quiero hacer mi trabajo.

—Y nosotros también. Pero pues así no se puede. Nomás para no hacer el cuento largo, consiga unos 30,000 y sin bronca sale de ésta.

Ni lo que iban a pagarle por el flete era la mitad de lo que estaban pidiendo. Incluso así, tras minutos de negación por parte del operador, los policías le dijeron que era su día de suerte, que se lo dejarían en la mitad: 15,000 pesotes y lo dejarían ir.

Juan Alfonso se comunicó a la empresa y le dijeron lo que ya le habían dicho: que la póliza en el correo bastaba, que la aseguradora lo entendía. Pero era para los federales, contestó. En eso estaban cuando uno de los uniformados recibió una llamada.

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“Debió de ser algo urgente, porque se pusieron nerviosos, me dijeron que les diera 500 pesos y ya. Les dije que traía 200 y los aceptaron. Obvio, yo sabía que tenía la razón, pero no tenía tiempo que perder, ya iba muy ajustado. Por eso accedí. Pero al final, qué va de 30,000 a 200 pesos. Yo creo tenían hambre”.

Y así fue como “El Chin” se volvió a subir a su estaquitas y retomó el camino. Ya en el trayecto le dijeron de la empresa que no les diera dinero a los federales, pero ya era tarde. Ya estaba de vuelta, en medio de la nublada tarde en esta remota Autopista del Sur.