Apenas entrada la madrugada, Juan José tomó camino hacia el norte por la 57. Salió de la Ciudad de México y ya tenía programado un viaje para el regreso. El año de la pandemia no había sido el mejor por la falta de fletes y kilómetros recorridos, de tal manera que, al ver su bitácora de viaje, alcanzó a imaginar la ganancia de la primera semana del año. Nada mal, pensó. 

Aunque solía estar en constante comunicación por la radio del camión, tenía un grupo de Whatsapp con sus amigos, en el que se iban monitoreando todos los días. A veces coincidían o se saludaban en el camino. En realidad, lo usaban más para darse avisos de retenes, robos, alertas o alguna contingencia que se presentara en cualquier rincón del país.

Recién pasó la caseta de Tepotzotlán envió sus coordenadas, su destino y la hora aproximada en que se detendría en un par de puntos. Ya no le dio tiempo de ver lo que habían compartido sus colegas y siguió su camino, todavía en medio de la oscuridad del primer jueves de 2021.

Iba saliendo del Macrolibramiento de Querétaro cuando por la radio estaban avisando de atracos en Apaseo el Grande, justo a donde se dirigía. En cuanto pudo, se detuvo y verificó que también sus amigos estaban compartiendo a través del teléfono imágenes de los hechos. Precisamente estaba calculando qué tan cerca estaba del lugar cuando alcanzó a orillarse, apenas entrada la mañana.

Redactó rápido un mensaje para avisar que se encontraba en la zona, y luego no se supo más de él. Sus colegas le llamaron cuando se dieron cuenta de que había imágenes de donde él se había reportado. El sonido de las llamadas se perdió en el eco de la cabina. El loop del vacío. 

Uno de sus amigos pasaría por el lugar momentos después. Cuando llegó se enteró de la noticia fúnebre. Ni siquiera lo dejaron acercarse. El tractocamión estaba perfectamente estacionado y lo único que alcanzó a ver fue la puerta del conductor manchada de sangre y restos del cristal en el suelo. 

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Por más que preguntaba no le daban razón. De lejos miraba a los peritos, a los policías y, de pronto, ya pertenecía al conjunto de curiosos que observaba la escena. Logró colarse para preguntarle a uno que parecía estar a cargo, aunque no iba uniformado. 

“Intento de robo. Homicidio. Parece que quisieron asaltar al operador y éste opuso resistencia. Le dispararon a través de la ventanilla y cayó inerte. No se llevaron nada. Fue hace menos de una hora. Ya están levantando el cuerpo y abriendo la carpeta de investigación. ¿Es usted su familiar?”.

Se quedó mudo. Solo alcanzó a responder con la cabeza esa última pregunta. Se alejó de la escena y tampoco tuvo el ánimo de avisar al grupo de amigos. Nada. No recuerda cuánto tiempo se quedó ausente, perdido. Una llamada telefónica de su trabajo lo arrancó del letargo. 

Ahora sí informó al grupo de Whatsapp. Preguntó si alguien conocía a su familia. Quería avisarles, quería quedarse. Pero su flete también tenía un destino. Se apagó la única lágrima que se le quería escapar y se subió a su tracto. Tomó camino ya sin detenerse. No quería pensar. La última idea que se le convertiría en recuerdo fue que, para su amigo Juan José, ya no vendría nada en esta remota Autopista del Sur.