Ernesto Ordaz había llegado temprano para guardar su camión en una pensión de Nuevo Laredo. Por delante de aquel jueves tenía horas libres y decidió descansar para estar listo en la noche y buscar nueva carga de regreso al centro del país. Eran los tiempos en que un golpe de calor esperaba a la vuelta de la esquina. 

Pasadas las once de la mañana ya habían llegado otros colegas, justo para guarecerse de lo que podría ser considerada una sucursal del infierno. el pronóstico del clima estimaba unos 40 grados, a la sombra. Lo bueno de ese patio en el que estaban era que en sus instalaciones contaba con aire acondicionado. 

Sin embargo, uno de aquellos empresarios denominados hombre-camión no tenía tiempo para quedarse mientras el sol llegaba a lo más alto, y no era lo peor, sino que debía cambiar la llanta del remolque y tenía que hacerlo lo antes posible. 

Era una caja más bien cansada y los birlos parecían estar sellados. Ernesto, servicial y buen camarada como solía, le ofreció ayuda a su colega, pues recordaba una vieja técnica para aflojar esos fierros. Había que hacerlo con llave, tubo y marro. 

Una vez colocada la llave en posición, metían también la barra para hacer palanca y, ahora sí, había que darle un golpe duro y seco con el marro, sólo para aflojar las tuercas. Un golpe, acomodar las piezas y otro golpe. 

Era una maniobra lenta, pero certera, y en eso estaban, lo iban logrando. Ernesto estaba a punto de levantar el marro para uno de los últimos golpes cuando sintió cómo se le llenaba la cabeza de presión, como agua o como de sangre hasta que no pudo sostener la herramienta. 

Se detuvo, flexionó las rodillas para apoyarse en las piernas y jalar una bocanada recia y profunda, pero sentía que respiraba vapor y en lugar de aliviarse se sentía sofocado. Cuando quiso erguirse vio muchas lucecitas y ya no lograba reconocer al colega y a otro que se acercó a ofrecerles un poco de agua. Ahí sucedió el golpe de calor.

Es lo último que recuerda de la escena. Momentos después le contaron que se había desmayado y que aquel buen samaritano del agua alcanzó a sostenerlo para que no cayera de nuca. Al principio lo recostaron en el suelo, pero tan sólo de verlo ahí, ausente y desvanecido, pronto lo cargaron y lo pusieron mejor debajo del remolque, donde había un poco de sombra, generosa. 

En aquel patio había un médico que solía revisar temas relacionados más bien con pruebas antidopaje o fatigas crónicas, acaso alguna inyección o curaciones menores. Por suerte para ellos ahí estaba él y mejor lo cargaron para ingresar al consultorio, no sin antes haberle dado algunos sorbos de agua, que medianamente rechazó, todavía inconsciente. 

Justo esa mañana el médico se había provisto de sueros, pues no era el primer caso de golpe de calor que atendía en esa zona. Deshidratación, fatiga, desmayos y distintos tipos de insolación eran los temas más recurrentes en esa época del año en que la primavera se junta con el verano. 

“A diferencia de otros años”, dijo el galeno, “en estas épocas estos rayos del sol sí pueden matarnos, desde un golpe de calor hasta un tema dermatológico y, por supuesto, cáncer. Nos hemos acabado el planeta y ahí están las consecuencias”. 

El médico le diagnosticó muchos líquidos, algunas vitaminas, descanso y nunca, bajo ninguna circunstancia, realizar trabajos físicos demandantes bajo el sol durante más de 10 minutos, pues eso bastaba para caer noqueado una vez más. 

Cuando salió del consultorio ya todo el lugar se había enterado y, casi como escena de película, todos traían su botella de suero en la mano. Al menos el incidente había servido para crear conciencia sobre la correcta hidratación entre los operadores, ya que muchos de ellos están dentro de su cabina durante seis, ocho o hasta más de 10 horas continuas bajo el rayo del sol.

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Y, claro, justo en estos días, volver a recordar las medidas preventivas para evitar un golpe de calor, son más que oportunas, pues en la gran mayoría de los casos se trata de incidentes que pueden ser prevenidos. De pronto, el protagonista de esta historia seguirá, al igual que nosotros, al lado del camino